domingo, 31 de octubre de 2010

El gourmet solitario, de Jiro Taniguchi y Masayuki Kusumi


Título: El gourmet solitario
Autores: Jiro Taniguchi y Masayuki Kusumi
Editorial: Astiberri, 2010
Primera edición en japonés: 1997

Mientras sigo postergando o aplazando la lectura de Algo elemental, gozosa obra llena de erudición y calidad, me voy enganchando a otras lecturas, tal vez más ligeras pero no por ello menos interesantes.

La obra de la que me ocupo en esta entrada es bastante peculiar. En pleno boom del cómic y la novela gráfica, se publica en castellano El gourmet solitario, obra de los japoneses Jiro Taniguchi y Masayuki Kusumi publicada en japonés en 1997, aunque alejada de la moda manga (que también hace furor en estos tiempos). Narra simplemente las andanzas de un solitario comerciante y la forma en que sacia su apetito cada día en locales de diferentes barrios y zonas del país a los que su trabajo le lleva. Con un estilo muy contenido y parco, bastante habitual en el género, con un dibujo de líneas claras y personajes (curiosamente) más bien de rasgos occidentales, me ha parecido interesante el enfoque antropológico que se va desprendiendo de la narración: comer para saciar el apetito, las diferentes cocinas (popular, elitista,...) y la riqueza cultural que aportan, la relación entre la comida, los sentimientos, los recuerdos y las emociones,... En definitiva, esas cosas que convierten un acto tan cotidiano y rutinario en una de las formas más elevadas de la cultura humana: la capacidad de transformar las materias más humildes y modestas en alimentos para el cuerpo y el alma.
El gourmet solitario es también un viaje por la ciudad de Tokio y otras zonas del país, un recorrido gastronómico y vital que puede llamar especialmente la atención de aquellas personas interesadas en la gastronomía japonesa, más allá de la archiconocida y ya trivializada cocina china, establecida desde hace años en medio mundo.
Una nueva ocasión de comprobar la fuerza y la osadía del género, que se atreve con temas novedosos e interesantes.

lunes, 11 de octubre de 2010

Del Corfú de Durrell al Londres de Enric González


Una vez finalizado el fantástico viaje a la isla griega de Corfú, de la mano de Gerald Durrell con Mi familia y otros animales, (libro y viaje que recomiendo vivamente, y que continuaré con los siguientes títulos de la trilogía), volví a pasar por Londres acompañado en esta ocasión de Enric González, periodista que desempeñó allí su trabajo durante un tiempo.

Historias de Londres (RBA, reedición de la primera edición de 1999) parte de la fascinación por esta gran ciudad, grande en todos los sentidos, que profesa González, y que no necesitaba transmitirme , pues es una ciudad que admiro desde el ya lejano momento en que llegué al "baggage claim" del monumental (en todos los sentidos; desde entonces me fascinan estos espacios de tránsito perpetuo) aeropuerto londinense de Heathrow.

Este libro cuenta con mi complicidad desde el mismo título, por tanto es como conversar tranquila y emocionadamente con alguien que siente lo mismo por la ciudad. Una lectura-conversación agradable, nostálgica, que me aporta datos y secretos que no conocía, y me permite pasear de nuevo por sus calles, entre sus gentes.

Pasé unos días de agosto de este año en la capital británica, tan espléndida o más que siempre, y redescubrí la fuerza narrativa de sus edificios, jardines, calles y otros detalles. Todo me habla de su pasado, de otros tiempos, de la historia interminable de una ciudad que adoro y que me acogió como una gran madre.

Con Enric González, he compartido la añoranza y las historias de la ciudad. Un libro que se lee de un tirón, con agrado, y que recomiendo a todos los que gustéis del viaje (aunque sea con un libro entre las manos).

Y ya estoy haciendo las maletas para enfrascarme en un nuevo viaje. Todavía estoy decidiendo adónde.

viernes, 1 de octubre de 2010

Renovación Alianza Editorial



Hace unos días caminaba por los pasillos de mi librería de referencia, cuando di con un curioso estante vertical hecho de cartón, del tono marrón oscuro que es propio del cartón no tratado con pinturas ni esmaltes. Permitía que los libros que contenía se mantuviesen en posición vertical, ligeramente inclinados hacia atrás, pero siempre dando la cara, es decir, la cubierta. Para mi gran sorpresa y regocijo, se trataba de los primeros títulos de la renovada colección de bolsillo de Alianza Editorial.

Fundada en 1966, año emblemático de mi vida por ser el primero, Alianza nos regaló durante años una colección de bolsillo auténtica, muy personal y accesible, con unas magníficas cubiertas de Daniel Gil que rompían con el libro tradicional, demasiado serio y falto de elocuencia en su apariencia externa.

Recuerdo las estanterías de algunas librerías repletas de títulos magníficos de esta colección, todos a precios asequibles, y también recuerdo cuando se celebró el volumen 1.500 con el exquisito
Veinte poemas de amor y una canción desesperada de Neruda. Después hubo una extraña transición, con la aparición de las bibliotecas de autor, que nunca acabaron de gustarme del todo, aunque adore los títulos de Borges o Brecht que conservo.

Ahora, hace unos días, descubro con regocijo la renovada colección de bolsillo de Alianza, que me recuerda a la antigua. Claro está que me abalancé sobre la estantería y tuve que contenerme para no llevármela entera. Pero junto a mí tengo dos ejemplares, uno de ellos,
El señor de las moscas, de William Golding (¿alguien recuerda la cubierta de la antigua colección, con la imagen de un caracol, si la memoria no me falla?). El otro, Mi familia y otros animales, de Gerald Durrell, cuya lectura ya he comenzado y que no me está decepcionando en absoluto. Al contrario, me está llevando en estos cálidos días de septiembre al verano bucólico, sin nada que hacer, de la loca familia Durrell en la isla griega de Corfú, y despierta en mí la nostalgia del tiempo idealizado por la memoria y recuperado gracias a la lectura.

Habiendo aparcado, para su correcta dosificación, la lectura de
Algo elemental, de Weinberger, me deleito estos días con la familia Durrell en Corfú, al tiempo que ansío tener horas libres para atacar ese ejercicio ambicioso que es la tetralogía El cuarteto de Alejandría, del hermano mayor de Gerald, Lawrence.